CUARTO PISO
Con olor a pan y a alcohol la luna quiso
tocar tu nombre ojival contra la puerta,
llegar hasta el amor, beberse el humo
de un índice nupcial.
Allí, donde soñaban de pie las acuarelas.
Decir después balcones y geranios,
un coro de filósofos gorriones
guardando los cristales, la locura
paseada en zapatillas,
familias alineadas, bibliotecas,
paredes con fantasmas golpeando suavemente
y un llanto regresando también de tarde en tarde.
Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
sentir golpear la noche entre los dedos,
dejarse derrotar.
¿Quién te hizo antiguo, dormido corazón para la angustia,
clavada cruz de sol,
jazmín de esperma muerto en cenicero?
¿Quién te llenó de ausencias,
de puñales,
de oscuros tercipelos cayéndose de boca?
¿Quién puso azul de puño en tu ventana?
Por ti los cielorrasos claudicaron,
las plazas invadieron las alcobas
y votaron en blanco los suicidas.
Por ti, palabra de amor, carne de plomo,
escamado porción de primavera,
prisión de muslo y diente,
inaugural pulpa de miel, estrella y uva,
deshilachado final de todo encuentro.
Porque sé que fue fácil trepar,
subir un poco,
morir en tus rodillas cada día
una muerte infoirmal de mariposa,
porque sé que las cosas nos transitan
y se dejan tomar, y no se quejan.
Allí, donde soñaban de pie las acuarelas.
Allí, donde miramos nadar la luna en una taza.
Pisándonos el hueso, fue en octubre,
colgamos un adiós sobre los hombros.
Más allá del reloj se desarmaban
con grávido furor los adjetivos.
Tal vez la puerta dice todavía
tu caricia ojival y mi tristeza.
Nira Etchenique, Los dueños del hambre, 1959.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario