sábado

Claudia Masin( Argentina, Chaco, 1972)

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El hilo

Esta mañana corrí como si ellos

vinieran detrás y ellos sonrieron

desde adentro. Mala soy

mala como la nena que cayó

desde un décimo piso por mirarse

demasiado en los espejos.

No era vanidad, no,

era terror apenas.

Desciendo de tu cuerpo

con mi oficio de boa no sé

qué hacer primero:

si tatuar una figura

que te muestre muriendo

allí en tu propio pecho, o desollar

despacio las piernas sonriendo,

o tal vez quemarte los pómulos y ensayar el gesto

de mamita en vigilia pero

quién te toca como lo hace

la única que te ama quién

sino la misma que te arrastra

y se va –asesina- con un rumor

de guerra, de arena, de alegría.


El tiempo

Lugar: hospital de pueblo
a las dos de la tarde.

El médico que me atiende se parece
-sospechosamente-
al médico kafkiano. Estoy
tan feliz de tener
mi propio médico rural.


Admiro en mi costado
la herida hermosa, los gusanos
como flores exóticas. escucho:
ha nacido con ella.

Una ronda de niños
arroja mi cabeza.
Parece una moneda
de cobre en el espacio
clarísimo en la tarde
sin sol.

-Hay una prenda para
quien la deje caer, aviso,
agitada por tanto vaivén.

Mientras circula de mano
en mano, mi boca apenas dice
que lo hermoso se convierta
en horrible,
que lo horrible amanezca
belleza.
Bostezan
enfermeras y abuelas
a los pies de mi cama.
Son las dos de la tarde
desde hace cinco años.
Estoy aquí, ocupada en contar
el número de pasos
desde la puerta hasta mí,
el número de veces
que respiro en la noche.
La eternidad me observa,
incrédula, celosa.




El nido

La sonrisa radiactiva del padre

esparciendo su haz de luz mortífera,

parece decir: estoy aquí

para trazar la línea,

arbitrario y generoso como Zeus.
De este lado, los pollitos

sanos y hermosos, mis hijos.

Del otro, los cadáveres, sus plumas

revoloteando en el aire

creado por mi aliento.

Otorgo el alimento y el veneno

por partes iguales.

Ordeno la fila, corto los vértices

que sobresalen, satisfecho

por la magnitud de la desgracia que puedo

hacer brotar de las piedras

como agua.

(de Bizarría,1997)

En "La vista ", lo que se rememora no es tanto ya esa larga mañana de sol con que confundimos la infancia, sino el pacto, el romance primero - fatalmente desigual- entre dos criaturas. O más aún: su ruptura, ese hiato implacable por el que el ser humano vislumbra, quizás por primera vez, su primordial orfandad.
La vista,Edit Visor,2002. (fue II Premio Casa de América de poesía Americana).

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