Delmira Agustini
(Uruguay 1866-1914)
Serpentina
En mis sueños de amor, ¡yo soy serpiente!
gliso y ondulo como una corriente;
dos pildoras y de insomnio y de hipnotismo
son mis ojos; la punta del encanto
es mi lengua...¡ y atraigo como el llanto!
Soy un pomo de abismo.
Mi cuerpo es una cinta de delicia,
glisa y ondula como caricia...
Y en mis sueños de odio. ¡soy serpiente!
mi lengua es una venenosa fuente;
mi testa es la luzbélica diadema,
haz de la muerte, en un fatal soslayo
son mis pupilas; y mi cuerpo en gema
¡es la vaina del rayo!
Si así sueño mi carne, así es mi mente:
un cuerpo largo, largo de serpientevibrando eterna, ¡voluptuosamente!
Las cartas
De Delmira a Rubén Darío:
" ¡ Con cuánta razò me recomienda usted tranquilidad! Para demostrarle mi estado de ánimo estos días, bástele lo siguiente: como pensaba casarme muy pronto, ya había dicho a mi novio que pensaba sostener correspondencia con usted, el más genial y profundo guía espiritual. Ayer él me preguntó, casualmente, si le había escrito o si tenía noticias suyas. Me turbé tanto, divagué tanto, que llegó a imaginar lo imposible. Hoy me pregunto, ¿por qué?. Es que soy otra, al menos quiero ser otra. Seré dúctil, pero sea usted suave. Escúlpame sonriendo. Acaso en mis manifestaciones de aprecio le resulte exagerada. ES que usted mismo ignora de cuánto bien y de cuánto mal ha nutrido mi corazón. El supremo placer y divino dolor de la belleza. Sus versos me dan continuamente la sensación irremplazable. El moment inefable que nunc más se gozará, que nadie más podrá darnos. Todo aquel placer y aquel dolor que no volverán jamás aunque acaso vengan otros factores tan fuertes y profundos. Esta exquisita y suma sensación artística, fuera de usted, me la dieron dos veces solas en la vida: una Verlaine, en un soneto adorable, y otra Villaespesa (¿soy absurda?..., hablo con el corazón), en unos versos maravillosamente dulces. Y usted, maestro, usted me la da siempre, en cada estrofa, en cada verso, a veces en una palabra,. Y tan intensa, tan vertiginosamente como el día glorioso que, entre una muñeca y un dulce, sollocé leyendo su "Sinfonía en gris".Por eso, si Darío es para el mundo el rey de los poetas, para mí es el Dios en el arte. Y para él quisiera arrancar rosas y astros de mi crazón.Yo he visto a ese mi Dios, vivo, dulce y magnífico, que ha de armarse con el más vívido fervor celeste y la más blanca ternura humana. Explíquese usted así mi admiración.Y ahora, la absolución y el olvido. No me conteste esta carta. Va en el más roguroso secreto de confesión. Un buen día de estos, en que quiera generosamente darme un placer, escríbame aunque sea una línea, por cuenta propia. ¡Me hará tanto bien una carta suya espontánea! Verá usted que buena soy, que tranquila le contesto. ¿ Será pronto? Devotamente. D. A"
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