viernes

Yanira Soundy (San Salvador, 1964)

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Sílabas celestes

DORA MONA

Era una niña de pupilas hondas, un astro nocturno a los fulgores, un corazón rebosante de
sueños..."Dora Mona" su sobrenombre, así la bautizó mi hermano, porque según él,
aquella niña era tan fea como una mona.
Dora Mona partía a los jardines, diciéndome que eran países extraños y corría con sus pies
desnudos sobre el suelo mojado después de la lluvia.
Las gotas de rocío, nuestras amiguitas llorosas, se vestían de lirios y nos cernían de
rosas...La tarde ponía un poco de color en su pincel y una lánguida brisa nos acariciaba las
sienes.
- Es tan distinta a mi, pensaba al verla jugar con mis muñecas. Mientras yo
hablaba al viento que acarreaba translúcidas olas de inmensidad, aprovechando el
menor descuido de mamá, para correr al baúl donde me esperaban las cartas,
poemas y libros de mi tío Ricardo.
Dora Mona que me observaba desde el patio, no dejaba pasar ese momento para
apoderarse de mis juguetes.
A Dora Mona no le importaban el trino del jilguero, la honda queja del mar, ni el viaje de
las nubes, todo eso era parte de un mundo que ella conocía plenamente. A pesar de su
edad, ella era viva, ágil y astuta, hablaba de hacer un trueque de muñecas por abrigos de
ramas en flor, y yo reía al ver sus intenciones.
-Tráeme rosas que derramen su perfume en la luz y un hermoso príncipe que me enseñe
que es el amor. Le decía.
Y Dora Mona, ponía su carita triste...y contestaba:
-Ven y juguemos a las cocineras. Sus grandes pupilas negras miraban el horizonte
palpitante, como caracoles nocturnos, mientras su pelo lacio se pegaba a su frente
sudorosa.
Entonces, mi espíritu de niña atravesaba las estrellas con las alas abiertas...
Un domingo de invierno, en que Dora Mona y su madre Lydia, nuestra cocinera, habían
salido a su pueblo, decidí entrar a su escondite predilecto, su cuarto, y encontré todos los
juguetes que desde mucho tiempo atrás había dado por perdidos.
Los dejé en el mismo sitio y esperé a que regresará para reclamarle.
Dora Mona al enterarse que ya la había descubierto, rompió en llanto. ¡Nunca antes le vi
con el rostro tan feo!...
Al verla de ese modo, le dije que se quedará con los juguetes. Pero Dora Mona, con gran
indiferencia me los devolvió.
Pasaron unas cuantas semanas después de aquel incidente, Dora Mona no me acompañaba
más a visitar a las hierbas sin nombre, a las hormigas con sus duras faenas, ni a la Virgen
de la Cueva...
Me miraba de lejos, mientras cantaba mi corazón en el pulso de los árboles:
-Los grillos siempre cantan,
con vocecitas viejas...
Y Dora Mona corría a las faldas de su madre...
Al poco tiempo Lydia nos dijo que se iba de casa para trabajar en un restaurante.
Dora Mona empezó a visitar mi reino infantil, yo sabía q

ue se preparaba para su partida y
que su idea era llevarse todos los juguetes que pudiera.
Cuando se fue con su madre, llevaba escondidos en una caja de cartón los mismos juguetes
que yo había descubierto en su escondite, aquel domingo de invierno...
Su carita resplandecía de felicidad.



*“Poésie Salvadorienne du XXe Siécle” (2002)

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