Busco una palabra sagaz, caliente
que cambie de súbito la vida.
La busco hacia adentro, en un rincón
de una página marchita, en un poema
añejo; la busco en una sonrisa,
en el corazón lacerado de una madre
que no alcanza a poner al hijo a salvo en el camino.
Busco esa palabra en la lluvia,
en el río frío y plomizo que se desliza
sigiloso, vigilante por mi ventana.
¡Tengo a mi disposición tantas palabras
y no encuentro la que busco!
Necesito sólo una que te llegue al centro;
pero no sube; no llega; no se inventa;
no nace y desespero
en la espera de encontrarla.
Un día surge desde el fondo
la palabra pa-cien-cia
y cabalga el esófago, la garganta, la boca
y llega hasta los labios, los refresca, los quema.
Una palabra exquisita, rebuscada,
es una pepita de oro en el río
del lenguaje que ilumina.
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