Al alba, después de mi muerte horas antes,
la luz del sol se derramará a las siete como de costumbre
sobre estos árboles que conozco.
Estallará el verde brillante, la sombra verde oscuro darán paso
al cruel benigno, indiferente sol.
Los árboles de mi propio jardín permanecerán indiferentes
sin llorar por mí la mañana de mi muerte.
Igual que siempre, con sus raíces sedientas,
ciegos y despreocupados,
los árboles que conocía,
los árboles que cuidaba.
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