Acaso ayer. Entre pliegues y un arma
I
Doblado el brazo, echada el arma a las espaldas, inseparable de esta casa
—que es mi dolencia— llevo lo que queda / lo que se va / lo que se entume
hasta la alta cima —canícula— donde habitan los violentos.
Durante cierto aroma a ráfaga (verbo rafagear diría mi amigo Héctor,
vencido ya por los toneles del licor y la impotencia) entreveo la Belleza:
—pólvora sangre hedor de vísceras—
Un cuerpo infante / un infante deshecho de cuerpo
y solo, hechizado, siento palpo la superficie herida.
IV
Recuerdo a mi madre, sus silencios. Sentada en el patio delantero de la casa, el sol de invierno quemando sus mejillas. Callada. Los pasos rápidos de mi padre, buscando por los cuartos lo mínimo: su arma (Browning HP-35. Trece tiros) antes de salir. Callada. El soldado que vino a preguntar cuántos hombres vivían en casa. Callada. La desaparición de su hermano a manos de los radicales. Callada. El día en que partimos su hijo menor y yo hacia el cuartel. Callada. La muerte de mi hermano a manos de un francotirador. Callada. Su propia muerte, callada.
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