jueves

Sara Gallardo (Buenos Aires1931-1988)

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Yo me glorío de su gloria.
Repito, para que el viento lleve:
Dos mil quinientas leguas de confederación.
Dos mil lanceros.
Cuatro caballos por lancero.
Así se cuenta la grandeza de un rey.
Yo camino, pesada de grandezas.
¿Por qué me montó una sola vez?

(...)
Pasar, sin pisadas. Hormiga. Aire. Nada.
(...)

Italia y Francia unidas, marrones, desiertas. Y viento, huracán.

A ojo de estrellas, mesetas escalonadas desde el océano hasta los Andes, peldaños que pueden contar dos mil metros. 
A ojo de hombre, arena voladora, treinta grados bajo cero.
El mayor índice de suicidios, el mayor índice de locura del mundo.
Árboles en cualquier parte copudos aquí son arbustos. 
Raíces en meandros buscan, retorcidas. 
Si esto pasa a los árboles qué pasará a las almas.
Broches de zafiro y diamante en una momia, hay manchones de geografía que centellean en aquel territorio: lagos, araucarias, nieves. 
Ni un pájaro canta en ellos.
Al pie del planeta está el estrecho de Magallanes. Una grafía cruel, de rúbricas marcadas por el espanto. 
Si es la firma del autor, el vendaval la acompaña con un sarcasmo eterno.
También hay seres felices, que se zambullen en el tumulto de espuma protegidos por masas de sebo. 
Ballenas, lobos marinos. 
Removiendo con lentitud de pesadilla tentáculos de cuerno, las centollas dejan la profundidad glacial amontonadas en las redes. 
En los precipicios el hielo es negro a causa de milenios de polvo congelado. 
Ríos arrastran hebras de oro. 
Troncos gigantes caídos, Olimpo de catástrofe, un bosque se ha hecho piedra y la vitalidad del pleistoceno, larvas o insectos, es piedra también sobre ellos. 
El arrayán que en otras latitudes es un seto aquí es un bosque, y rojo. 
Almejas grandes como caras de niño, arrugadas como papeles en el cesto, hablan de que hubo mar, y es el desierto. 
Cada río es como diez.
Patagonia.

de La rosa en lel viento(frag., Pomaire, 1979).


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