martes

LELÉ SANTILLI (Argentina, 1952)

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1.
La ruta de la costa
es este largo brete en escalón
que va
desde la altura del morro
hasta el filo de un largo farallón
abatido en la playa.
Ahí vuelven los pájaros
a la estatura humana,
al hormigueo de los fines
de semana,
-y-
sólo para arrostrarnos
la vastedad de su dominio,
se acunan en el agua,
anidan sobre el risco, planean
bellamente en el abismo.
Me asomo a mi temor
para seguir con la mirada
esa otra agitación,
de la bandada.
A nosotros,
gregarios al extremo
de las grandes ciudades,
casi no nos cabe más que alejarnos
en fila
-en nada diferentes de la hormiga-
hasta la hoja verde. 

No un puerto
sino una marina
adonde van a comprar
los que saben de ostras frescas.
Las barcas más añosas
recalan más allá. Aquí
varan los gráciles -y pequeños-
señores de la bahía,
erizados de mástiles y masteleros
desnudos. De tanto en tanto
un carguero, ominoso a la distancia,
rompe en ludir la más suave de las calmas
como un viento fantasma. Quizá
en el muelle
un lobito dormido se acomode,
una gaviota se reoriente
mirando inquisitiva hacia la costa.
¿Será un gesto
de amarre, cuando todo se mueve?
Ellos no necesitan buscar
falsos pretextos. ¡Hasta el pez
está en su medio!


Conchas vacías
a un lado y otro del camino,
pretenden alterar la geología
muy por encima de una profunda
falla. En una pobre analogía,
yo sigo aquí,
encallada,
usando el mismo cuerpo que suelta
sus amarras
día a día.


Pasan los detectores de metales,
las aves se comen
las almejas,
los constructores de castillos
se llenan los bolsillos de tesoros del día.
Aquí no hay nada para mí.
Sólo caminar y caminar,
y  la cría del dragón del infinito
lanzando espuma a mis pies.


De nuevo
es el dial de las gaviotas,
enloquecido por el viento,
quien lleva y trae fragmentos de unas voces
de niño
jugando su partido. Sin parto
y de este recorrido
sólo vuelve mi infancia.


Otra clase de diáspora me aleja
de mi suerte. Una semilla alada,
su poquito de tierra
y el tiempo que una cree
le disputa a la muerte
transformándose,
cuando…


…Ejércitos de arena cruzan al otro lado
del cono del reloj
y toda proporción, razón o término
se invierte en números de muerte
delirada.


Hago lo que puedo
para sentirme parte de este cuento
de nubes u ovejitas
deshechas por el viento: saltan
y saltan. Yo sueño,
todavía.


Despierto en un paisaje en blanco
y negro. Nubes a paso de hombre,
rumiando su destierro.
No las sigo.

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