viernes

Elvira Hernández ( Chile, 1951)

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Carta de viaje (fragmentos)


VENGO del País de los Vertederos Eternos, del Aerosol
Templado, de los Montes de la Piidad haciendo nata. Flora y
Fauna Travesti largándose largándose por el larguero de tierra
sableada. Despeñados por la Montaña Rusa nuestros sesos lloran
Eden y Landia, Cielo y Tierra.
Y, ¡heme aquí en el lobby del Viejo Mundo!


Atrás quedaron los piececitos Azules en la Feria Persa
y Coreana.



*


DIEZ millones de inviernos se están cuajando en las alturas. Un
péndulo preciso se balancea como un alud de lágrimas
sobre un ojo nublado. ¡Nunca nos encontraremos! Nuestro último horizonte
se ha cerrado por mal tiempo. Nuestro último horizonte.
¿Horizonte caillé?


No podré decir jamás si llueve. Un impermeable, un cortavientos,
un sobretodo y las lunas protectoras de unos anteojos, me cobijan
del mundo mientras camino por las irreales playas de Thule.


No es la montaña la que se interna en el mar, son promontorios
vivos que ha botado la ola. ¡Jonás! ¡Jonás! los naufragios comienzan
tierra adentro. Sobre la piedrecilla se derrama contaminante.
de tánatos cetáceo. El cementerio marino. La gran arquitectra del
hueso y desazón donde me encuentro varada.



No se ve un alma. Abiertos los ojos como alguna vez abrí ventanas
y sólo divisé el deseo de ver. ¿Paseabas ya tu sombra por el espejo
de Arlanda, esos hangares, el manto amargo de escollos?


Yo me detuve en lugares oscuros, caminé por avenidas acuosas,
mal iluminadas, entre vespasianas donde pernoctaba una gota de
recuerdo y en sus muros vi escrita la porfesía de Onán. A distancia
se agitaban las banderas ojerosas de los apátridas que me
recibían. y, en mi espejo de bolsillo noté que me iba quedando
en blanco.


*


Se me hielan los pies, herma. Todas esas partes perdidas que
reviven mi nostalgia. Me hielo y me deshielo dentro de la última
guarida de mi cuerpo. La piel se me deshace en gelatina. La sangre
avanza un centímetro por segundo. Los dedos congelados no
quieren soltar la fibra roja del tiempo.


Me cubre una capa de rocío, me cubre el reboso viejo de la ventisca.
Ya sólo me removerá la guadaña y yo termino en soledad de
cubrirme a mí misma, en esa cama inmensa de la sábana blanca y
helada.


Vengo del País de Nunca Acabar y Nunca Contar, donde el rollo
se enreda para rato. Cada uno puede pasar su película -dicen-
contar su Cuento del Tío, y es la Vieja película de todos: amarillenta,
vieja, con los textos idos
se le corre el rouge, cortada en principio


Elvira Hernández -seudónimo de María Teresa Adriasola- nació en Lebu, en 1951, y desde temprana edad emprendió una “práctica poética” que ha alcanzado una significativa difusión nacional y continental, consolidándola como una de las voces femeninas más singulares de la poesía contemporánea chilena y latinoamericana. Entre sus libros, publicados en Chile, Argentina y Colombia, destacan: ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Meditaciones físicas por un hombre que se fue (1987), Carta de Viaje (1989) , La bandera de Chile (1991) , El orden de los días (1991) ; Santiago Waria (1992) y Álbum de Valparaíso (2003) . En paralelo a su obra poética, Elvira Hernández ha desarrollado una considerable labor crítica, generalmente firmada con su nombre real. Como Teresa Adriasola editó en conjunto con Verónica Zondek la muestra poética Cartas al azar (1990) y escribió junto a la poeta Soledad Fariña el trabajo Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez, recopilación de artículos críticos y ensayos sobre la obra del autor de La nueva novela.

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