Viejos soliloquios
Ifigenia
Padre: la suerte de tus armas
no dependía de mi muerte.
Nada une a la cordera con tu enemigo.
Nada unge al metal.
No hay magia en las estrellas
y la sangre, diversa
jamás entrará en la letra:
nada unge al metal, el fuego
no tiene nombre. Mis heridas
no serán un eco de las tuyas
más que a través de aguas imposibles.
Scarlett
Hemos dado sentido, hemos colgado
guirnaldas –las palabras son flores–, hemos
falseado las cifras de la derrota,
hemos alquilado nuestra locura
como salón de fiestas.
Tu nombre, hijo, es como un pastel de crema:
hay que tirarlo fuerte para que se pegue
en tu cara.
Blanche D.
Lavan todo con cloro, contra nosotros.
La primavera viene como una guirnalda
china y sin pasado.
La primavera viene,
flores de ácido en una placa de metal.
Afuera, siesta agria,
afuera, el tiempo,
un resplandor agita las cortinas.
Yo había pedido rosas. Rosas, dije.
¿Qué clase de hotel es éste?
Mis minutos pasan sin mi vida.
Sueño con tigres. El tiempo se detiene
sobre detalles, puntos: accidentes,
sobre luminosas cicatrices.
Y mi poesía es como la tintura
del pelo de un cadáver.
¿De dónde sacan las locas su alegría?
Dibujan corazones,
esperan otra cosa que la muerte.
Cuando me muera, ¿habré significado?
Desayunaba yo con una rosa
siempre fresca, siempre diferente;
¿podré con el horror de un jarro de metal?
Aquí, se está sin sombra.
Nos han arrancado las palabras como dientes.
TRES SOLILOQUIOS NUEVOS
Justine
A ningún verdugo profesional aflige
ser víctima por un día;
luego,
lo que me atormenta es mi inocencia.
Mersault
No mataré por agua.
No beberé tan caro.
O sí, mataré un árabe.
Tiraré de los pétalos
de esta flor de plomo.
Yo tiraré. Y dirán:
“Ahí va el animal,
el que mató por sed”.
No tiraré. Y dirán:
“Así murió el cobarde,
por compasión suicida”.
No tiraré.
Seré el más despreciado.
O tiraré.
Seré yo el que desprecia.
Mas no me gustará poder beber.
Será un agua de muerte. Nadie vuelve
de esta tristeza.
La canción de Franz Biberkopf
Mi alegría de amar es mi miedo a matar;
no es soledad, es vértigo.
Crucificado en la verdad por mi palabra
de varón alemán, todo he perdido
menos saber. ¡Ay, qué lejos estoy
de mi alegría!
Una mentira, pronto, que me salve:
palabras como cuchillos que se van
por donde no debieran, date así
a mi mordisco, manzana del Edén,
Berlín;
ámame, mundo.
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