miércoles

Roxana Páez(Argentina)

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Terrón de barro

La tempestad cubre el mundo y toda la realidad.
Se traga el auditorio e incluso a los que traman
espectáculos.
Pero Próspero tal vez no previó nada
y al libro de magia se lo llevó la corriente.

Qué asco la lujuria de lo grandioso.
Sólo podía hablar de pequeñas cosas.

Y sin embargo llegó tarde la noticia de la tormenta.
Y tuvo un miedo gigante

por la lluvia de cuatro años en solo una noche.

Después de la inundación
vino el recuento de lo perdido. Tu hijo está vivo.
Podés nomás ir a trabajar.
Hace siete horas se conectó al libro de las caras.

Ésa de la señora flotando en una piscina de improviso
dentro mismo de su casa, no se la va a olvidar.

Ni a la madre que sacó a todos sus hijos de la casita,
uno en la espalda, otro bajo el brazo derecho, la tercera
bajo el izquierdo, el bebé sujeto por delante.
Se dio cuenta saliendo
a flote. El de pecho se perdió en la corriente
que ella nunca volverá a cruzar.

El negocio del amigo quedó cubierto,
las máquinas y las ropas resistentes, todas perdidas.
Es la ganancia del barro. Él ya no duerme, desentierra,
esquiva los restos del temporal.

¿Un triste aniversario, día feriado, tu compañero de trabajo
bajo plátanos, tilos o naranjos pedaleaba cuando el agua
lo llevó a un paradero de limo?

No hay comienzo ni fin, pero hay repetición y gobernantes
que visitan el día después de la gran inundación
las veredas cubiertas de basura y colchones anegados.
Hasta las ranas y los escarabajos, las cucarachas milenarias
se habrán ahogado con las campanillas
barridas con una pluma de carancho sobre el Arroyo del Gato.
Ladran los perros guardianes por el fin de la propiedad.

Nadie sabe cuántos paraguayos
desaparecieron de su propia vida, invisibles
para siempre del resto,
como lo fueron antes.

La tempestad misma envuelta en cuero, vino en harapos
porque mucho antes el agua de La Plata la había castigado.

Un tomo blando que fue un don de un ser querido a otro,
ambos ya idos. Cada uno por su catástrofe a destiempo.

Mi padre le regaló La tempestad a mi madre.

Escuchá un poco más. La biblioteca fue un reino
enorme y hubiera sido pecado dudar
de la honradez de mi abuela.

Mi padre hizo llover
lágrimas y un nene provisorio nos sonrió
y salvó de la tormenta.

¿Cómo decir del agua que es dulce? ¿Cómo ganar
la orilla?

Esas lecciones me sacaron
buena parte de la frivolidad.
Ya que debí crecer
en el hueco de un tilo,
me acostumbré
a ser invisible.

Visibilidad, comunicación, mitos barrosos.
¡Monstruos y catástrofes,
muéstrense bien! Sin siquiera la gracia
de la cresta de una ola.
Hokusai se volvía pincel al surfear.

Monstruitos, viendo todo no ven
cómo libera la reserva. Distraídos
por la repetición en el reflejo, no vieron
las piedritas ni el musgo ay
del pasaje, ni la savia ni la hormiga
en el hueco del tilo.

Una  muela de leche guardada
en un alhajero se salvó.

¿Qué ves? La suela dura y chata
de una alpargata seca, colchones destripados,
restos de sillas y maderas podridas.
Los aparatos de la conexión
incomunicados para siempre y las huellas
biodegradables de los habitantes invisibles.

Casilla y cartón. Terrón de barro.

Terror del paradero inconcluso.
Todo está cambiando
de lugar. ¿Y sin embargo qué ves?

¡Enjambres!
No son abejas, ni moscardones. Ni las moscas
de la mierda de tan real
tan alegórica.

Son chicas y chicos en escuadrillas
aleatorias que organizan el desentierro,
del residuo del temporal.
Limpian el porvenir
frágil sin embargo.

Estás viendo a tu hijo! Delegado del barrio.
Pero tus hijos no son tus hijos, sino hijos e hijas
del amor, de las catástrofes
y de la mutación.

Revoloteos luminosos entre el paco y el barro.
Campanillas fosforescentes salen de un tacho.
Se viene otra tormenta.
La oigo cantar en el viento. Daré una vuelta
para calmar la agitación.
Cric cric cric cric cric
luciérnagas, grillos, ranas me alegrarán.

¿Cómo están ahora? ¿Quién era tu compañero? ¿Tenía cierta edad?
Si no querés, no me digas nada. Lo que pude leer y escuchar dejó
filtrar apenas un resto de limo secado sobre un diario de ayer.
Nadie puede ponerse en el lugar del otro.
Cómo pudo ser una corriente sin río, adónde iba.
En Mendoza es más fácil darse cuenta.
El deshielo carga el río y los zanjones rebalsan,
el agua “atormentada” se lleva todo. El terremoto
sacude y traga.
La gente convive con el suspenso como
en los alrededores de un volcán.

Pero La Plata fue privada de orillas y montañas.
A cambio, pájaros y cigarras.

–Hay mil anécdotas terribles que trato de filtrar, por la psicosis
que genera semejante desastre.
Esta noche se pronostica lluvia... imaginate lo que se siente.
Este compañero iba en bici la noche de la tragedia
y se lo llevó la corriente. Profunda tristeza. 

¿Cómo te diste cuenta?
¿Una gota cayó en una cuchara y te despertó?
¿Acaso gritos en medio del sueño te llamaron
sin conocerte?
–Lo supe al otro día,                                   
cuando salí a la calle. La mía es
la más alta del barrio.
Un poco más allá los desagües estaban saturados,
las cloacas desbordaban. Mucho se dijo
sobre quién se dio cuenta, quién no.
Desagotaba su casa, se ponía a salvar
muebles cuando de pronto pensó
¿alguien estará en peligro?

La boca de tormenta, la gárgola
horizontal y callejera
¿vomitaba o tragaba?

Me acuerdo bien. La lluvia que tanto quise
en  el desierto,  en Tolosa no podía ser feliz.

¿Adónde fueron tu compañero en bici y las nenas
que raptó la corriente? Pudieron gritar
en castellano, en guaraní  revueltas
en una sopa de barro
espesa como la pobreza? Imaginate,
era feriado. Si hubiera sido un día hábil, la
cantidad de gente por la calle.
No hay barrio que no haya sido afectado.

Hay barro.

Han desaparecido de una manera extraña.

Esas figuras, esos gestos,
sin el auxilio de la palabra
forman un lenguaje mudo.

Mirá, mirá directamente.
No hay moluscos en estos charcos.
Pero se van cubriendo de unas redes de araña
que sobrevuelan teros y benteveos.

Escuchá, parece el chasquido de una pala.

Después de destilar
su aniversario de guerra vuelve
el sol alegremente
y las partículas de los rayos
se amotinan en cada agujero.                                       

Belleville, 8 – 23 de abril 2013

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