Llámame, corazón, a tu fuego increado.
Llámame a mi patíbulo. Que estoy presto a morirme,
en defensa de todo lo que nunca mi lengua
pudo decir del viento de mi niñez perdida.
Gonzalo Rojas
El campo de
batalla
Hoy es toda la vida después de la casa y sus pozos
ciegos, de las ventanas con cortinas de esterilla. La casa chorizo donde las
puertas se abrían en sucesivo, con la permanencia mágica e irritante del dominó
que no se cae. La casa donde se hilvanaba el Big Channel chupete redondo ultra
color con un noticiero que mostraba la guerra. Mamá, ¿eso es una guerra? ¿Por
qué hay sol si es una guerra? Mamá se ponía la mano en el pecho como
cubriéndose de la balacera, con los ojos fijos en la pantalla. Callate un poco y
no cambies de canal. Y yo, susurrante: No tenemos el control, lo tiraste al
piso, una tarde cuando te enojaste, para no darnos un sopapo con la misma mano
de atajar balas. Y ella: Si hay guerra siempre es de noche, andá al patio a
jugar con barro. El barro de entender me llevó años de amasado, es que la
pantalla mostraba una big guerra en other patria, y no la guerra del año en que
nací. Te estoy diciendo que me parieron, con dolor, el mismo mediodía en que mi
patria se tragó congelados a todos esos chicos, que hubiesen crecido para
dejarse el pelo largo como mi primo el más grande. Si no los tiraban allá, en
el culo del mundo. No digas malas palabras. ¿Guerra es mala palabra? No, culo
es mala palabra.
En
una familia de héroes
muertos
en gestas invisibles
la
tela descendiente se hilvana
con
secuelas:
los
hijos varones se vuelven
locos
desterrados o inventores
las
hijas mujeres se salen
enamoradas
lluvia ácida o poetas
Entre
las madres antiguas y las niñas pujantes
la
simetría se traza
peligrosamente
solidaria
Insoportable.
En: La cruz al sur, inédito, 2012.
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