jueves

Mirta Rosenberg (Rosario, Argentina, 1951)

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foto: Alberto Shomer


La vida ha cambiado, se decía, untándose
los labios con la lengua, relamiendo, aaámm, 
como si de un bocado se tratara, o de un perfume. 
Éste es mi gusto, y sin embargo, el pelo
se me atiesa y cae como...¿un sudario?
No, una señal de giro. A la hora pico
nadie se ha apoyado contra mí... o sí, en mi contra: 
rueda la edad, canta la alondra y el leve maquillaje
en las mejillas ha cobrado una espesura
de mitad de la vida que adelanta. No fresca, 
pero dura con el pelo así: en consonancia.
¿Será el recelo de la mala figura, o la blusa candorosa,
olanes y satines, de una vejez pasada? Vieja no,
gastada y brillosa en los codos y en los puños,
sobre las uñas manicuradas. Cuidar las manos
con amor, con garra, con impudor, coqueto:
lo que relumbra, es brillo. ¿Aprieto el gatillo?
Laca descolorida para esa cómoda nueva que, envejecida,
empieza a tornarse incómoda. El cajón superior
de la derecha, por ejemplo, ha perdido
el tirador. ¿Y si gatillo? Allí guardo soutiens,
sostenes, corpiños, todo en desuso. Lo que hoce,
ya lo excuso: tuve niños, reía y buscaba
los parecidos. Confuso: en parte, todo mentira,
en parte aliño, letal, del pecado original.
¿Cuál es mi parte?

En: Madam, Bs. As., Libros de Tierra firme, 1988.

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